Mientras bajan las musas de papel. (Cuento).

23.07.2013 17:52

Mientras se toman su tiempo para bajar ya convencidas mis soñadas musas: yo me dedico a garabatear sus posibles nombres, sus posibles figuras sobre papeles en blanco. Yo me las ingenio para que aparezcan como tallado milagro salpicándome de dicha. Las espero airosas y sin acertijos para mi destino. La noche me la bebo perdiéndome entre la lluvia, que cae insistente sobre los brazos abiertos de los árboles. Ese es un poco mi método.

Me pongo a imaginar sus rastros cuando armo mis bosquejos. Por ejemplo: sus manos las imagino tibias y blanditas, sus pies llegan descalzos o con alpargatas, sus labios llegan con susurros o con sonrisas. Así me puedo pasar las horas explicándote cómo las mando hacer a mi medida. Desde la penumbra saltan mis dedos de presagio. Rasgan la cortina de sombras. Palpan sus imprescindibles fantasmas. Normalmente es así.

Yo sabía que la mujer que soñaba llegaría una noche y le entregaría a mi vida una suerte más concreta. Su permanencia está por venir. Uno mismo sabe sus ventajas y desventajas. Y una de mis poquitas ventajas puede ser que yo nada más espero: sin temblar, ni sintiéndome en un  naufragio. Yo sólo espero con calma y sin exabruptos en mis decisiones. Pero sobre todo: espero ecuánime sin echar mano de la desesperación, ni de la desesperanza. Yo sabía que detrás de la cortina de humo que te digo, estaba la llamada de la suerte. Permanecía latente la musa que buscaba, la que integré entre mis ideas. Pensarás que me he fumado algo, pero no gracias.

No te comento nada de esto porque me sienta abatido por la soledad o la nostalgia. Al contrario. Para tal caso me siento como si silenciosamente estuviera acompañado. En este caso: por la chica de mis sueños. No pasa nada. Además aprovecho el momento para analizarme.  En otras ocasiones: me bajo de la nube y hago acto de presencia en cualquier parte, donde alguno de mis amigos me invite –como ahora-. Fíjate que me viene bien echar un vistazo al mundo con el que convivo de vez en cuando. No es justo que siempre viva como ermitaño. Cuando me hago al  ánimo, me cuelgo mi escafandra y me voy a la taberna. Puede que ese sea, digamos: un momento insustituible para conocer alguna musa real, con cuerpo y alma.

Yo no estoy muy hecho para la muchedumbre –te lo comento-. De manera que si en algún momento me quedo como un cúmulo en el cielo, aislado por completo, en verdad no me molesta del todo. Tomo ese impase como un reto y en verdad trato de adecuarme encarando la situación. De cualquier modo: trato de no permanecer aislado. Si se trata de preferencias: le voy más a buscar una buena compañía. Por aquello de tener una salida en falso. Hasta puede que alguien llegue y te ahueque el alma. Tampoco me voy a hacer trizas y ponerme a llorar por no encontrar mi acople. Te digo que sé esperar. Cada quien cuenta cómo le va en la fiesta.

Espero que no te disgustes con el comentario. Es tan sólo para hacer una comparación entre permanecer rezagado y disfrutar de alguien. Como ahora que estoy de plácemes con tu compañía.  El sólo hecho de verte se convierte en un disfrute sin comparación.  Creo que esto es algo que me merecía desde antes.  Cuando la suerte me llama: sus toques sobre la puerta son por sí solos inconfundibles. Te lo digo en serio.

Tienes el derecho a no creer todo al pie de la letra. Eso no se presta a discusión. Pero el que estés aquí y ahora en verdad me pone nervioso, me hace temblar las piernas, ya no solamente los dedos. Me reservé este momento para confesártelo. Nada malo. Eso es como una cábala para mí. Has de saber que cuando me sucede todo esto, pienso que al fin y en definitiva he encontrado a la musa perfecta. ¿Sí sabes a quién me refiero?

Toda la noche estuve pensando: ¿cómo se lo digo? ¿Cómo atajo el momento sin mostrarme demasiado arrojado, acaparador, violento? ¿Cómo encuentro un punto medio? ¿Cómo hacer para que se junten nuestras manos sin tener que orillarla, sin que me asfixie el nerviosismo? ¿Cómo avanzo con ella sin contratiempos? Dije: es ahora o tal vez nunca.

Ya añoraba este momento desde antes. Tuve muchas preguntas. Primero estaban esparcidas todas en mi almohada. Luego las fui resumiendo en mis notas mientras me sumía en la nada. De pronto el sueño que tenía por encontrarte, terminó en desvelo. No te rías. No estoy fingiendo. Te repito: no fumo nada.

De pronto digo cosas que aparentan no tener sentido, pero créeme que sí lo tienen. Por ejemplo: puedo confesarte que pensé que jamás vendrías y aún cuando después te miré paradita ahí en la puerta -te repito: me da gusto que hayas venido a este festejo-, la verdad ni yo mismo me lo creía. Me parecía un imposible haber logrado que vinieras. Verte acá presente. Está mal que te lo diga, porque de alguna manera demuestra mi profunda inseguridad. Eso me lleva a no saber atajar mi suerte y hacer nudos mi añoranza. Eso solamente se da en unas ocasiones. De lo contrario qué dilema para mí. Pero qué va. Te digo que a pesar del desfalco sé esperar en calma.

Te confieso que llevo mucho tiempo soñándote, pensándote, siguiéndote a la distancia. No he querido molestarte. Discúlpame. No había encontrado otra forma más a mano para acercarme a ti. Yo sé que no lo habías notado. Estoy plenamente de acuerdo, convencido que esa no ha sido una buena táctica. Es hostigamiento y no deja de ser molesto aún cuando yo intente disfrazar las razones. Me he esforzado en tratar de que sea una persecución callada y sin prosapia, sutil para no provocarte sobresaltos. Estuve trabajando con empeño, creando el panorama propicio para que nuestro encuentro tuviera tintes casuales, improvisados, aún a sabiendas que todo estaba ya planeado. ¿Qué disparate no? Tú: difícil. Yo: aferrado. ¡Vaya mancuerna!

Te confieso que cuando vuelvo a casa, magullado, dejo que salte la imaginación a los tejados. Entonces salgo a mi balcón. ¿Ya sabes cuál es? No creo que así sea. Bueno, no adivines: es el que está justamente dos calles arriba de tu casa. Te diré que presumo como nunca porque: curiosamente ninguna de las demás casas tiene balcón: todas son de una planta y eso me hace sentirme un tanto distinto a los demás. Bueno, te decía que estoy en la misma dirección que apunta hacia tu casa, solamente que el estar sobre la falda de la colina me proporciona, a pesar de las envidias de algunos: inevitablemente la comodidad de una panorámica de lujo.

Estás bien linda. Sé que soy repetitivo, pero haces que desvíe mi rumbo. Me pierdo… Pero retomando el tema: por lo general salgo al balcón con la plena intención de descansar, extender mis piernas en mi silla jardinera, auscultar el cielo, revisar cómo palpitan las estrellas. Eso me encanta. Pero un día cambió todo de pronto. Se me empezó a hacer un vicio -quizás más bien una osadía-, voltear hacia abajo y sin menoscabo en los detalles echarle un ojo a tu alcoba a través de la ventana. Espera, déjame explicarte: nada personal. Yo más bien buscaba algo entre la nada.

Yo nunca hubiera pensado en transgredir tus fronteras o las de nadie. En mi sano juicio jamás hubiera pensado husmear en las cosas de alguien sin su consentimiento. Pero, sucede que: mirar las persianas abiertas, la luz de tu alcoba encendida, la decoración con tu figura rondando mientras hablabas por teléfono, era el laurel que coronaba el momento. Saliéndome por la tangente, alborotado, con el viento a favor, simplemente lo sentí como una invitación sin misiva. Primero lo hice a simple vista, pero después comencé a hacerlo ayudado por la suerte, la dicha y el morbo cotidiano. Un día: decidido corrí, así literalmente, a la tienda de deportes para hacerme de algo para poder mirarte con mayor claridad, sin pudor y sin obstáculos. Es una ventaja única y extraordinaria, la que me dan los catalejos que conseguí. Disculpa. Si tengo vergüenza. No te molestes.

No creas que soy un demente o un sicópata. Si fuera así me fuera difícil confesártelo. Yo mejor me hubiera callado la boca y ya. Nadie lo hubiera sabido. Pero también sé que por no decir las cosas, he venido arrastrando el fantasma de la soledad ya por buen tiempo.  No es culpa tuya.

Además: ¿cómo llegué a saber que era tu casa, tu recamara, tu balcón, que eras tú? Esa es una historia realmente larga y quizás sea hasta inentendible de tu parte. No pongas esa cara de enojo y de sorpresa, te lo ruego. Déjame seguir. Te juro que jamás atentaría contra ti. No soy tan burdo. El poderte encontrar mientras rastreaba el panorama a simple vista fue un mensaje del cielo. Lo que vino luego con los prismáticos recién adquiridos: fue una fortuna que ha valido la pena confesártelo.                                                                                                            

Cuando cerrabas las persianas yo simplemente me quedaba pensando en ti, ideando cosas durante horas muy largas. Cosas tuyas y mías que se transformaban en nosotros. Estático en mi balcón saboreaba el embeleso. Esperaba sereno para ver si por casualidad te aparecías de nuevo y así me hacía de un ensueño para mi prolongada madrugada. No me ha sido fácil encontrar una razón a mi obstinación. Todos mis sentidos y mis sentimientos estaban hechos un laberinto que me atrapaba sin querer. No me lo podía explicar. Necio tomaba los prismáticos nuevamente y pasaba revista hacia lo tuyo, sólo para llenar de ti mis momentos de soledad.

Sin consultártelo, claro está: con el paso del tiempo francamente encontré cosas hermosas de ti, que terminaron por aferrarme más a la idea de que eras mi musa esperada. Ya estaba bien convencido. Poco a poco fui consolidando mi vicio por buscarte, fui apilando mis ansias por mirarte desde lo lejos como una rutina. Eras el tinte imprescindible que yo buscaba y buscaba. Si comparecías luego de voltear a ver el cielo para inspirarme en algo bello: yo lo festejaba.

Un poco de vino no le hace daño a nadie. Yo me bebía en silencio la fragilidad de tu figura como un placebo. Ya de pasada y olvidándome de las musas, mirándote desde lo alto disfrutaba de tu paso lento y garboso, de tu cabello revuelto contra el paso del aire, cada vez que tú también te quedabas como absorta, no sé de qué, mirando la lejanía desde la baranda de tu balcón.

He mirado tus sonrisas y tus labios cantándole cosas al viento. Pero últimamente por igual he notado que llegas a la cita que yo mismo he fabricado, y mirando allá a lo lejos: lloras y lloras y lloras, triste, inconsolable, en ruinas. Sacando cuentas he pensado que tanto llanto compromete a muy malos recuerdos o recientes olvidos. El amor y el desamor también desbordan sus dos lágrimas. No sé. Por tu silencio me atrevo a pensar que ese llanto tuyo tiene más bien factura de amor incomprendido, o mal valorado que cualquier otra cosa. Son simples suposiciones mías.

No. No te preocupes que no me filtré en la intimidad de tu cuerpo, no he ido más allá de mirar tus sentimientos echados al vuelo entre el sereno de la noche. No sería capaz de quebrantar mis principios. Eso sí sería pasarme de listo y no quisiera. Soy un pertinaz es cierto, pero mi intromisión no llega a tanto. Tengo ciertos códigos éticos que trato de respetar siempre.

Por eso, luego de muchas noches pensando, argumentando, planeando, imaginando lo que haría -sobre todo después de muchísimas noches escribiendo cosas sobre ti, haciendo bosquejos sobre ti, dibujándote sonriendo reclinada allí mismo sobre tu baranda-, decidí que sería muy bueno que tú misma lo supieras y confesártelo todo, de un tirón, sin detenerme, aquí y ahora mismo… Me tardé porque debía darte el prólogo de mi osadía.

Ya sabrás que la otra tarde, cuando de pronto nos miramos, el encuentro no fue simple casualidad. De todas maneras ese artificio me dio la chance de presentarnos, saber tu nombre, hablar fruslerías, saber de tu trabajo, enfadarte con lo mío, pero sobre todas las cosas: estrechar tu mano. Todo fue planeado porque yo ya había decidido decirte que me gustas mucho, y que me encantaría que me des la oportunidad de acercarme a ti, de conocerte un poco más. Salir juntos a alguna parte. Nada sobraría. Nada sería nunca suficiente. Todo era para pedirte que por favor me dieras la oportunidad de acompañarte en las tardes. No sabemos que pudiera suceder después, pero ojalá fuese lo mejor y para siempre.

 Por eso fue que decidí invitarte a esta reunión. A mí también me invitaron, pero yo sabía que no habría nadie más allá de nosotros, para poder decirte todo esto. Me refiero a no tener a ningún contrincante en el camino para estar a solas contigo. De esto ni siquiera saben nada mis amigos. Tengo mis limitantes y además: ellos se ocupan de lo suyo allá adentro. Por eso pensé que podría arrojarme con todo a ver qué suerte tenía.

Mira, estas cosas las escribí ayer, con mucho cariño, en un momento cumbre para mi inspiración. Qué bueno que te gusten. En cada letra va un recuerdo tuyo. Algunas cosas hablan sobre nosotros. Ya lo sé que tú no me lo has pedido, pero ha sido un gusto acumular palabras bonitas sobre mis cuadernos… Mira estas páginas de trazos con los que intenté acercarte un poco más hasta mí, para mis noches a oscuras. Nada especial: tan sólo tú. Estas son unas poses tuyas que me encantan. No son necesariamente una filigrana, pero tampoco vuelapluma. Son trocitos tuyos que yo estuve sobando, puliendo mientras te veía ausente, a veces llorando.               

¿Sorprendida? No cabe duda que así de cerca te ves mucho más bonita: tu cuello alto y tu cintura, tus labios rojos y tus ojos llenos de brillo, tu cabello recogido impresiona. Jajaja. De nada. No se compara a lo que he intentado dibujar. La lucha se le hace. ¿Puedo tocar tus manos? Me encanta, también tu sonrisa. Todo me gusta de ti.

No llores. No se trataba de eso. Mi intención más bien era verte contenta. No quisiera echar a perder esta noche única, tan sembrada de estrellas. Tengo la loca esperanza de que este instante lo conserves por siempre en tu memoria. No quisiera ver tu desolación como la miré otras veces. Menos ahora que por fin pudimos cruzar más palabras. Ya sabes mi secreto. No pasa nada si me rechazas, si no te gustan, si no es lo que esperabas. Todo está bien. Estamos en paz. No llores porque se pierde la línea de tus ojos. Entonces sí se darán cuenta allá adentro. Para colmo de males arderá Troya.

Ahora ya sabes quién acude cada noche a beberse la luna sin remedio, mientras tú cantas tu nostalgia. Cuando mires allá arriba, entre las estrellas, verás que ya está escrito tu nombre junto al mío, con la tinta imborrable de las sombras. Ahí escribí sobre nosotros y sobre lo que pudiera ocurrir mañana, si te convences que eres la musa que yo esperaba. No te preocupes: puedes quedarte todas esas cosas. Sólo te pido algo, ahora que ya lo sabes: ¿déjame que te siga mirando desde mi madrugada? Si algún día te enviara algún códice, alguna voz de alarma ¿podría contar contigo? Ahora que lo sabes: ¿puedo escribir sobre ti nuevamente mañana? ¿Te puedo dibujar de nuevo mirando desde tu baranda? ¿Te puedo entregar en persona mis ideas terminadas?

Es una tristeza que lo hayas invitado a él. No sabías. Lástima que vino. De cualquier modo sabes que voy a esperarte, cada madrugada, desde mi balcón. Dame solamente una señal si por fin me necesitaras. Hay algo que me avisa que será para siempre.

FIN.