El espacio entre las estrellas. (Memorias y pormenores de la vida).
A Carlos Santana,
ante la difícil decisión de su retiro.
Mido el espacio entre las estrellas y el universo que miro es tan basto que, una sola mirada no me alcanza para resumir el fragmento que somos; evidentemente la distancia es tan inmensa, hay en sí tanto vacío, es tan acaparador el infinito que yo creo que hubiéramos cabido juntos tú y yo. Es por eso que no alcanzo a comprender que tú te vayas.
Así, a oscuras, ante la luz apagada: es tan lejano todo, se ve todo tan minúsculo, que hasta los errores suelen pasar desapercibidos, a tal grado de poder desvanecerse solos.
Mientras yo te pienso me registro, palpo mis manos –por ejemplo- y sinceramente ya nada es lo mismo. A veces –entre las sombras- uno gesta inocentemente algún engaño, pero llega la edad con todos sus gritos, con todos sus gestos en capilla, y nos llama: nos dice que ha llegado la hora para irnos, mientras paciente espera por nuestra despedida, sentadita en una banca en el andén la vida.
A Dios gracias: no es una partida para dejar este mundo, sino más bien (en realidad) es un retiro ganado a pulso, bendito a toda vista. Este me anuncia que debo hacer maletas porque la juventud se ha ido, y la vida es un agua que se filtra para alimentar el alma.
apenas iluminado, allá en otro sitio remoto, descansa al fondo del pasillo el otro cuerpo que a espaldas tuyas he amado: mi compañera. Con ella he compartido gran parte de mi tiempo sin que tú me veas. Su cuerpo permanece en silencio, incólume, esperando mis manos; escucho su respiración y sus resuellos; ella espera a que yo acuda vacío de otros mundos y por fin la conmemore con caricias.
Ella ha sido mi compañera incesante en mis noches bohemias y en mis días de inspiración. Ella ha sido el desnudo que contemplo ante mis noches de ensueño. Ella ha sido mi polvo fugaz ante el vasto infinito.
Yo no digo que tú no me hayas acompañado. Creo que a final de cuentas decir algo así sería un insulto, pero en verdad la compañía de ella es algo realmente etéreo y además sorprendentemente distinta. Por eso te comprendo que siempre sientas celos.
Además –insisto-, su desnudo el algo diametralmente distinto.
Con ella cierro mis ojos y acuden sin recelo, a paso realmente lento, todas las cosas que en soledad me imagino. Tu desnudo en cambio es algo de lo que realmente disfruto. También trae consigo panoramas. Como si fueran envíos de otros tiempos. También me acarrea el agua clara, como una noria. También contagia en su brillo. Pero todo esto –a pesar de los pesares- es un disfrute con los ojos abiertos. Aunque sinceramente no deja de ser un amor divino.
Cuando la noche es inmensa o ancha como ninguna (como un letargo); cuando la noche es interminable y sin refugio, de pronto aparece como en un sueño, alguna entelequia –mientras recapitulo, mirándote a mi lado-, en ese momento pienso que es momento de ir a concretar el mundo que aspiro y que –como un faro en la oscuridad- me guía. Entonces, simplemente decido ir a palpar su cuerpo –normalmente a hurtadillas.
No te enceles. Disculpa. Ese es un cuerpo que ansían mis dedos. No te pongas mal. No dejes que unos celos fomenten la despedida. Igualmente mis dedos idean cómo dejar sus huellas por tu cuerpo. Mis dedos también buscan su rebelión y sus secretos en todos los resquicios de tu cuerpo. No creas que no. Pero curiosamente su cuerpo es un cuerpo sin gritos. Es más bien un cuerpo lleno de vuelos y de música.
Verás. No lo tomes a mal. Su cuerpo lo tomo entre mis manos y lo amaso –justo como al tuyo- hasta que brilla ungido de mis caricias. Tus caricias son físicas y sin embargo me conmueven; las caricias de ella son etéreas y me desprenden del mundo. Junto tus caricias y las mías para festejar junto a ella, tal como lo hemos hecho en nuestras noches espesas y en vela; vacío las caricias sobre ella y afines llegamos a coronar el momento con los sueños que brotan de mis manos.
Bueno, sinceramente todo esto es maravilloso. En verdad que es una lluvia de luz que fluye relajante. Cuando toco su cuerpo bajo un toque de inspiración, sus notas regresan a mí mientras cierro los ojos. Esa belleza firma la continuidad de los detalles que tú y yo juntos iniciamos, bruñendo nuestros cuerpos con polvo del universo. Aunado a esto, es sumamente sorprendente atestiguar que, como resultado de nuestro preámbulo amoroso, en un soplo, en un instante, ella y yo nos abstraemos de todo y al final hacemos buena música. Hacemos el amor claro está, pero con un éxtasis de música.
Yo sé bien que se escucha hasta ofensivo cuando te menciono que ella en realidad es algo así como un mundo aparte –y qué digo mundo, en realidad es todo un universo-, pero a pesar de lo que se piense: en ese mundo te incluyo siempre a ti, a mis hijos y a mis ángeles.
Ese es un mundo inmortal y delirante que me mece con brazos cálidos y diferentes. Es un sitio que espera sin reclamos, dicho sea de paso. Perdona que lo mencione: hace tiempo que siento necesidad de confesarlo sin hacer laberintos. Es un mundo sin fronteras. Es una comunicación de fraternidad. Es una comunión de amor y de paz. Es un paraíso dentro de este mismo paraíso que es la vida.
Te decía que, cuando despierto y te miro ahí: tendida tiernamente a mi lado, como esfinge dormida, como musa de fuego envuelta entre las sábanas, y a su vez, mientras yo me miro simplemente como una isla a la deriva, perdida y sin reclamo, sé muy bien que en torno a mí hay un pedazo de cielo (espacio de oscuridad) que me requiere invariablemente para que rehacer todas sus partículas y encienda su tea con las yemas de mis dedos.
A esa isla, que soy yo mismo, de pronto llegan voces buscando el consuelo de una mano tendida en la penumbra. Es como el códice de la voz de un niño perdido en el medio de la noche que busca con ahínco el regazo de su propia madre. Son voces que dicen que me esperan entre los movimientos de las flores o en las cúspides luminosas de las olas, atravesando las coloridas nubes o sobreviviendo profundamente en los océanos, viajando entre los laberintos del viento o perdidas entre las voces de alarma de la gente. La tierra muere lentamente y desde ella se elevan esas voces que alertas buscan que yo las invoque mientras ellas me convocan. Es algo así como una imploración callada. Es entonces que me doy cuenta que hago falta nuevamente entre los labios de la mañana.
A veces, simplemente abro de a poco mis ojos, desperezo mis sentidos, y ahí, sobre el rayo de luz que atraviesa mi ventana sin cautela, miro el halo ondulante de su cuerpo de ángel, pidiéndome entre susurros que la acompañe. En ese momento yo ya no tengo dudas y aunque tú no lo sientes así: como acordes acaricio tus manos, neutralizo tu cuerpo en un abrazo casi imperceptible –al menos para ti- y te beso los labios luego, para llevarte prendida entre mi espíritu, para sentir tu cuerpo cada vez que mis manos la rocen a ella.
Te diré también que al final del pasillo, en un sitio donde ondulan las sombras, uno solemne y solitario, uno que por cierto deambula como la levedad de un milagro, apenas iluminado por un rayo de luna, se encuentra aquél cuerpo del que te hablo. Olvidado entre su vitrina de cristal transparente, confidente y siempre a mi espera. Debo decirte que se alegra sobremanera cada vez que se da cuenta que voy hacia ella: sediento de su piel para liberar los sueños, ávido de ideas, con todos los ritmos en derroche.
La verdad es que ella no le hace daño a nadie, al contrario: su reflejo sobre el cristal pulido es la curación de la noche, como glasé sobre el agua. Tú piensas lo contrario, sin embargo ella sabe –y está bien convencida sobre ello- de la falta que me hace.
Yo sé bien que en su cintura tiene tallado mi nombre, tatuado con piel y fuego. Pero asimismo ella sabe bien que –en correspondencia equilibrada- la llevo navegando perenne en cada torrente de mi sangre.
Mi amor por ella es algo inmenso y por ende algo completamente puro, inmaculado, que no le hace daño a nadie.
Tantos años sintiéndola en mis dedos; tantos instantes temblándome en las manos; tantas horas viviendo en la memoria; tantas notas que yo he escrito con su nombre; tanta piel suya perdida entre mi pentagrama; tantos peldaños que he ido trepando casi a tientas entre las penumbras, mientras miro a lo lejos como ella me ofrece su guiño con confianza –cómo si ahí mismo tiritaran las estrellas-; tanto, que pienso que ella y yo, juntos, hemos traspasado con gloria todos los horizontes.
Todo esto no lo digo con afán de reclamo. Esto no tiene tampoco sello de agresión contra ti. Valga la redundancia: no tiene comparación siquiera. No lo digo tampoco para que forme un abismo entre nosotros. Ni para que tú te quedes en tu esquina, yo en la mía. Más bien te lo digo, sencillamente para que sepas que voy a llevarte a donde quiera que yo vaya. Inevitablemente sentí ahora la necesidad de explicarte todo esto.
Ella me ha consolado ante mis momentos de ira. Mientras tú has servido de orilla para calmar la marea ella ha servido de faro, para que al final, vigilante entre la condensada oscuridad me pueda dar un norte con su curiosa rosa de los vientos de seis cuerdas.
Tú eres mi paz divina y ella es la paz que fluye en diferentes direcciones –como un rio-. La suya es la noche astral, la aurora boreal: su paz no sabe de fronteras. Entre nosotros tampoco hay horizontes que te atrapen, ni límites para esclavizar la mirada, pero hay veces que tus labios se callan ante mis necesidades –incluso ante mis necedades-. Ella no tiene horarios para mí, y ante el silencio circundante de esta isla a la deriva: benefactores, sus labios siempre responden.
Por eso, y con la sencilla finalidad que conocieras un poquito de todo lo que siento quise exponerte esto. Siendo lo más certero posible quise darme un tiempo, para escribirte esta nota y pedirte: no te vayas –a pesar que todo mi tiempo te lo he ofrendado siempre: en cuerpo y alma.
De cualquier manera, allá afuera, atravesando el infinito hay un espacio entre todas las estrellas que no me gustaría que inevitablemente a nosotros nos confundiera con alguna de ellas, al irse incrementado de a poco la distancia.
Entre nosotros hay distancias –a veces- sí. Pero sólo nos falta saldar la tregua.
Por eso he decidido algo, sin que de ninguna manera esto nos comprometa; te quiero libre; entre nosotros no hay rejas. Te propongo que si tú aceptas volver a lo nuestro, yo te prometo que antes que tú vuelvas yo colgaré mi guitarra –como un estandarte-. Por tiempo indefinido colocaré su cuerpo en otra vitrina (la del pecho), si por fin olvidamos el espacio que hay entre todas las estrellas.
FIN.
03:00 a.m. – 4:20 a.m.
20 diciembre 2010.