Destino final: Marruecos. (Novela)
(Páginas 31 a 34).
Después de aparentar alarmarse vuelve a su posición acostumbrada: puro en mano, ambos codos sobre el mostrador, mirando hacia afuera, pendiente del ingreso de nueva clientela. Yo vuelvo arrastrando los pies colmados de cansancio, con algunos víveres y dos botellas de vino que he comprado en el mercadillo unos, y en la licorería de la calle Tolsá. Los pies están hinchados y adoloridos. Yo me detengo por un instante, poco antes de tomar el rumbo a las escaleras. Permanezco estático pero no para desenhebrar sus molestas observaciones, sino más bien para estirar un poco los dedos, recuperarme y hacerme al ánimo de tener que subir sabrá Dios cuántos escalones. Algún día los contaré; cuando me sobre el ocio dentro de mi vida ociosa. Después de la trillada introducción del intendente todo queda sumido en su mediano silencio: en el lobby solamente queda flotando el zumbido giratorio y rutinario de las aspas del abanico colgado del techo; un tipo que lee el periódico hace sonar el paso de las páginas de ése mientras deja al descubierto sus piernas flacas bajo el pantalón corto, muestra además sus pies sucios y rutilantes sobresaliendo a sus huaraches; una mujer realmente joven que está sentada a su lado, apoyándose sobre su hombro con la mano derecha, me fija la mirada, sin recato siquiera mientras masca su goma. El sonsonete de burla de Malaquías, el intendente me hace reaccionar: «¡Ale! ¡Ale Baruch! ¡Pasa ya hombre!». Él se vuelve a su vieja táctica, yo agacho la cabeza avergonzado y sumiso, entre dientes musito: sí, gracias. Me ha expuesto ante los demás, sin merecerlo. No siempre es lo mismo, sin embargo hablaré con él en mejor momento. No ahora. Escucho sus ahogadas carcajadas perderse a mis espaldas. Mientras avanzo a paso lerdo por las interminables y umbrías escaleras, voy pensando en Levana, Xiomara, Naomi, Marlene, Naima, Marla, Janet. Junto a ellas la situación se vive distinta. Ellas van hacia mis detractores, saltan en mi defensa y hablan con ellos cada vez que sus suspicacias se tornan lastimeras. Nunca he sabido qué es lo que pactan, lo que sí: regresan las aguas en calma, dejan de molestarme, yo me sostengo en pié tomando equilibrio, ayudándome me cuelgo del cuello de alguna de ellas y cualquier suceso simplemente queda en el olvido. Tras el último peldaño viene un corto receso para tomar fuerzas y respirar hundo. Pienso en la necesidad de suprimir de una vez por todas el cigarrillo. La misma luz titilante al final del pasillo, el macetón con las plantas de plástico que no parecen respirar: me da la bienvenida. Después del giro a la perilla aparece mi atmósfera limítrofe: mis piletas de libros sobre uno de los burós, el cesto de basura con los residuos de una noche desastrosa, un perchero sin usar, unas cobijas en el suelo y otras sobre el ondulante camastro, solamente dos cambios colgados en el ropero; la maleta siempre está preparada: a medias llena, a medias vacía; la computadora portátil encendida y alarmando la bajísima cantidad de batería, aún así en el fondo de la pantalla aparece la imagen del mar estrecho hacia Marruecos; del otro extremo de la cama está el cuadernillo de notas sobre el buró (abierto a la orden, mostrando justo lo último que anoté). Remuevo las cobijas y encuentro una camiseta corta de dama. Aspiro el perfume que tiene impregnado y confirmo que no me corresponde. Cierro los ojos tratando de ubicar a la dueña: pero en mi mente aparecen esta vez únicamente las imágenes de Marlene, Levana y Xiomara. Me invade con su paso corto la duda, con sus ojos vivaces. Recorro la mirada tratando de encontrar otro indicio. En el último rincón, al lado del buro, casi escondidas aparecen un par de zapatillas: muy parecidas a las que llevaba Naima. Estoy confundido y aún tengo la boca amarga y la pesadez de la resaca. Colocó sobre la pequeña mesa las botellas de vino. Hago a un lado el frasco de pastillas. No sé cómo lo he dejado a la vista. Es necesario empujarme alguna para alcanzar el sueño. En la maleta siempre llevo un repuesto extra. Destapo la primera botella aún ensimismado. Jalo una silla hacia para asomarme a ver la vida que late afuera del balcón. Pienso en Naima buscando un vínculo. Solamente los labios y la cadera de Levana están fijos en la mira; en el otro borde de la escena destellan como luciérnagas los ojos de Marlene, unas zapatillas parecidas, pero junto a sus pies descalzos; sus labios me nombran en un murmullo; sus ojos ahora se visten de sorpresa, poco antes de que yo pierda el conocimiento. Ahora las horas de la tarde caen a plomo. La pantalla de la computadora que queda en negro: ya no hay alarma. La última foto de Marruecos queda archivada en la memoria. La penumbra en el cuarto me estimula a cerrar los ojos: aún me duele la cabeza. Acerco la mesa de nuevo, justo a lado de la puerta corrediza de cristal. La luz de la tarde me anuncia otras cosas afuera. En la mesa aún permanecen dos vasos desechables: cada cual en su territorio; uno de ellos muestras rasgos de un lápiz labial, que en conjunto con los demás detalles: confirman la presencia o la ausencia de alguien. No quiero forzarme y: me deshago de él. Antes de hacer guardia de nuevo desde el balcón, desde mi atalaya: coloco sobre la mesita el cuadernillo de notas, por si acaso. El primer sorbo hace un hueco en las fronteras, me posa sobre un montículo y me hace ser diferente a los demás, me invita a ver la vida allá afuera: todo es tan distinto ahora con la luz de la tarde. (19jul2013)