Destino final: Marruecos. (Novela)

23.07.2013 17:36

(Página 13, 14, 15).

No sé a ciencia cierta si le llamaré o no lo haré: la prioridad no es ella sino el viaje; el viaje puede ser algo más complicado sin su compañía: ¿por qué será que siempre necesito  nanas para las cosas necesarias? Sobre mi izquierda vuelve a aparecer mi block de notas, como si me esperara, como si también ése esperara con sus brazos y sus labios para saludar la mañana. Lo tomo. Anoto con la poca fuerza y la poca conciencia que aún mantengo. “Madrid, España. Así sin fecha. Madrid aún. Madrid todavía late y respira por los poros de sus calles. Estoy a la espera ahora de iniciar el brinco, como un funámbulo. Con los palmos de idea que tuve durante la noche: invoqué los besos y mis naufragios, los trazos de nuestra vida en común y las paredes corroídas desde donde escribo, el aroma de las esquinas de tu cuerpo y el tufo pestilente de los sitios por donde paso ahora. Estuve pensando cómo es de pronto accidentada la vida: nuestro accidentado encuentro, nuestro accidentado acoso, nuestro accidentado escabullimiento, nuestro accidentado amor, el accidentado accidente aquel”. Las líneas ahora van saliendo apenas a cuentagotas. El antes era mucho más sencillo: me arrebataron la calma, la noche bohemia, la luna llena que saboreaba con merlot. Hoy el adoquinado es una senda de peñas puntiagudas. Nada se puede hacer. Habrá que esperar. El dichoso cuadernillo vuelve a quedar en el lugar que ya le he preparado. Todo en rededor sigue siendo un desastre. ¿Cómo invitar a mis recién conocidas vecinas del segundo piso a este lugar tan lúgubre? “Pase usted señorita –le diría-. Perdone el desastre: realmente yo no soy ese. Lo que pasa es que actualmente vivo en una migración de caracteres, y debe ser debido a eso que mi vida es un desastre. Si… claro. Adelante: use el sanitario, no hay problema: los calzoncillos de ahí están limpios. Se me han caído esta mañana y olvidé levantarlos”. ¿Cómo voy a inventarles tantas cosas? Mi vida es un desastre: ya lo dije, pero también ahora es una migración constante. No he pisado tierra firme. No podré hacerlo ahora, si no hasta que mi suerte no esté sobre arenas movedizas. Dos meses trashumando.  El transcurso del tiempo a veces lleva puesta una máscara, un disfraz inusual, una escafandra absurda, y pasa sin que siquiera nos demos cuenta, como en un lapsus; lo dejamos al lado de un lago estático, un lago que parece espejo, envuelto en su tranquilidad, nos distraemos un momento al ver otras sutilezas y cuando volvemos los ojos: los instantes se hacen recuerdos. Dos meses trashumando, vagando, evadiéndome, escabulléndome, evitando la mirada de frente y los ojos que yo pueda identificar y que a su vez ellos  puedan reconocerme. La mente me ha engañado tanto. Me he despabilado de mi duerme- vela tantas veces, pensando en el equívoco, pensando en rostros nuevos y palabras frescas, ideando cuerpos diferentes; cuerpos que no vengan a mí como una condena. En definitiva fue una sabia decisión solamente una botella. Sin embargo el sólo hecho de palpar las sábanas vacías, mirar las calles quietas , adivinar entre los rincones donde pudiera estar, donde pudiera aparecer Marlene, hace que mi mundo se haga angosto, que el aire que respiro permute su salvedad por esta necia asfixia de no tenerla de no saber de ella. La música dulzona que flota y se dilata afuera, allende mi cornisa, en un bamboleo entreteje sus pasos y con su suave vaivén termina por meterse de una vez por todas a este espacio mediocre que me asila; termina por filtrar sus notas entre mis sienes, mis dientes y mi nostalgia. La música viene a ser de pronto un rescate, un referente, un disfraz, unas torundas de algodón que meto en mis oídos, para no ser mudo testigo del festejo erótico que anuncia a gritos la pareja de a un lado. Las paredes delgadísimas los ponen casi al descubierto. Bien sé que a ellos nada de eso los intimida. Eso me anima de nuevo a bautizar la mañana con un clarete. Apenas rompe el alba y ese par se consume en un amor tardío, en un polvo temprano. Todos duermen alrededor. Sólo llegan las noticias desde la calle que salpica la intermitencia de los autos pasando sobre las charcas. La ciudad bosteza. Ellos retozan golpeando rítmicamente contra mi pared. ¿Será que no me di cuenta cuando yo hice lo mismo? Bueno: las paredes en México eran distintas. Eran más discretas, las sólidas, se coludían más con uno. De pronto los aullidos dejan de taladrarme los oídos y la música entra liberada, con el impromptu que uno adivina. La música de pronto entra en suaves aluviones, y yo me paro ante el cristal, corro la ventana para que me ayude a recuperar la memoria, ahora que ellos se apagan, permanecen silenciosos. Dos copas es más que suficien-te.  Cuando la memoria llegue no quiero que el alcohol tergiverse la idea, que des- dibuje las cosas, que el subconsciente me dicte otra historia. Es necesario permanecer al menos medianamente despabilado para anotar puntos precisos dentro de mis imprecisiones. Todo esto es tan confuso: Marlene, mi huida, las manos llenas de sangre, la perilla de la puerta emite algunos ruidos de sospecha. ¿Ocupado? -